1808-1809.III (Entrada antigua)
lunes, 5 de mayo de 2008
1808-1809.III
En la tarde del día 28 de diciembre de 1808, el ejército de tropas francesas al mando del General Lefebre, había pasado el río Tietar y se dirigía esta ciudad, el Sr. Corregidor, los señores de la primera Junta de Gobierno y la mayor parte de los vecinos de ella despojaron y dejaron abandonadas y cerradas sus casas por el temor que tenían a sus enemigos: El corto numero de vecinos que por no tener miedos para ausentarse o por otras causas, se vieron en el desconsuelo de no tener Juez, ni otra autoridad que diese disposiciones para que el enemigo, no destruyese la Ciudad, por lo que empezaron a aclamar en la Plaza Mayor que se nombrase Corregidor, Ayuntamiento y Junta que atendiese a las necesidades del pueblo, á suministrar en modo de lo posible a las tropas francesas lo que pudiesen, para evitar que de algún modo el que incendiasen la Ciudad y pasaran a cuchillo a los pocos habitantes que en ella permanecían; cerca del anochecer, se juntaron en la Casa Consistorial y según dictamen del licenciado D. Francisco Baltasar Cilla, abogado de los Reales Concejos que se hallaba presente y de acuerdo con el numero de vecinos que asistieron, recayó el nombramiento de Corregidor en el anciano D. Francisco Serrano notario eclesiástico, que por sus achaques no había podido salir de la Ciudad, acompañando a su mujer y familia que había mandado a otro pueblo, así como a los otros Regidores, Diputados y Personeros y vocales de esta segunda Junta que se nombrase.
Apenas había concluido dicho nombramiento, empezaron a clamar que estaba en la Plaza Mayor la avanzada de la caballería de las tropas francesas, la Junta acompañada de algunos vecinos bajaron con luz a saber las ordenes que traían, luego que vieron la luz, se dirigió a ellos el Comandante con algunos Dragones y su interprete, y por él los requirió, con las amenazas acostumbrada del degüello , saqueo e incendio, de parte y con mandato expreso del General Lefebre, que habían de entrar en la Ciudad con su gran ejercito de 25.000 hombres, tuviesen prevenidas y prontas, la justicia y pueblo, cien mil raciones de pan y cien mil de carne y cien mil de vino; paja y cebada suficiente par cuatro mil caballos y las demás bestias empleada en las gruesa artillería y crecido equipaje para cuatro dias que había de ocupar el ejercito francés la Ciudad.
Era imposible en tener echas la provisiones que pedían para el día siguiente, lo que oído y entendido por el comandante, no dio otra respuesta, “ que todo lo que se pedía debía estar dispuesto”, y que no tenia orden de admitir excusa, y si para amenazar con el degüello, saqueo e incendio, si amenazaron al Corregidor Serrano con quererle llevar preso, que con desenvoltura y valor le dijo: “que si le llevan preso, ninguna provisión encontrarían”, y así el parlamento fue dejado y la avanzada volvió por donde habían entrado a reunirse con el grueso del ejercito, en una noche lluviosa y oscura.
Era notorio que los molineros y horneros habían huidos dejando los molinos y hornos cerrados; las panaderías estaban cerradas sus puertas y a cuanto pan amasado solo había como unas tres mil raciones, que estaban prevenidas para nuestras tropas; que las carnes solo el obligado de ellas podía en algún modo favorecer al pueblo y así de los demás artículos que pedían y por ello acordaron pedir la ayuda de todos los vecinos existente en la Ciudad y con efecto así se ofrecieron.
El día 29, estando todos calados de pies a cabeza, y apenas había amanecido, cuando les dieron la noticia que iba bajando a la Ciudad por el camino de Malpartida el ejercito francés, saliéndoles a recibirlos el Corregidor y Junta en unión de algunos vecinos, como ya estaba resuelto al General Lefebre, se le alojase en el Palacio Episcopal, y que después se trataría de los demás de alojamientos, cuarteles y demás que fuese ocurriendo, se alojo inmediatamente al General según lo acordado. El Comandante de la Plaza Sevastiany, los comisarios ordenadores, con su guardia de prevención, se dirigieron a la Plaza Mayor con el Corregidor, señores de la Junta y algunos vecinos de los mas útiles; subieron a la Casa Consistorial y dieron orden al Corregidor que no salieran del consistorio, sin tener en cuenta su edad y que chorreaba agua de su vestido.
De lo que primero se empezó a tratar, fue del alojamiento de los Oficiales, según su graduación, de los cuarteles para la tropa de caballería e infantería y de las demás ordenes que dieran a la Junta, siempre acompañadas de amenazas y fiereza al paciente anciano Corregidor. Los comisarios y ordenadores procuraron enterarse de los auxilios de pan, carnes y demás que estaban prevenidos y habían pedido, y entendidos del estado de la Ciudad, de no haber molineros, panaderos, ni mas que un solo cortador, desde luego empezaron a obrar independientes: recibieron el pan que estaba masado y harina, las carnes que tenia preparada el cortador Elvira y las que tenia suyas y de Juan de la Ines, en el corral del matadero.
Pusieron en los mataderos cortadores de su mismo ejército y soldados que les ayudaran y pidieron paisanos que fuesen con ellos al campo por más ganado vacuno, cabrio y lanar. Se apoderaron de los hornos y pusieron en ellos panaderos de sus militares y mandaron para cada horno se nombrase un comisionado del pueblo con paisanos que solo entendiesen en suministrarles la leña y demás utensilios necesarios para el amasijo del pan que hacían por si mismo aceleradamente sin ceñir, sin levadura y sin sal. También pidieron comisarios y gente para los molinos y apoderándose y allanando la Cilla y panera de los Sres. Deán y Cabildo, de allí tomaron a su discreción el trigo que necesitaron para el pan y la cebada para los caballos, además de la que encontraron en los mesones, cuya provisión consumieron con parte de la paja que había en ellos. Además exigieron la suela, corcovan y demás artículos de calzado que repartieron por las compañías del ejercito francés.
Tomaron los paños pardos que había en las fabricas del Hospicio y algunas piezas de paños fino en las casas de los mercaderes, y para dárselos, ó por mejor decir acompañar a los capitanes y tropas, que siempre destinaban a coger cuanto podían, iban vecinos honrados de aquellos que se habían ofrecido a auxiliar y asistir de continuo á la disposición de la Junta.
En la mañana que llegaron los franceses muchos entraron en el Hospital de Santa Maria, y entre ellos algunos con el solo objeto de robar, como tambien las cosas de los enfermos. Los primeros comieron y bebieron cuanto había, así como el buen vino de la cosecha del establecimiento, y se llevaron todas las ropas que pudieron y el metálico, quina y otros medicamentos de farmacia y los daños que causaron ascendió a 10.000 reales.
Los sufrimientos del Sr. Corregidor fueron atroces, pues además de su prisión y de las continuas amenazas, cuando llegaba la noche el triste hombre se acostaba sobre una estera envuelto en su capa y con las ropas mojadas desde el primer día, poniendo el sobrero de cabecera. Le daban una hora de termino al medio día, para ir a su casa, pero con guardias, y como no hubiere ninguna persona que le asistiera, el tenia que encender el fuego y prepararse una sopa que era lo que comía durante todo el día. El resto de la Junta podía ir libremente a sus casas, dormir y alimentarse; pero a él le tuvieron preso y custodiado como inestimable talismán, para que le obedeciese la Junta y el pueblo en aquello que necesitaban los franceses., hasta el día primero de enero de 1809, en el que salieron con dirección a Castilla, y no obstante el resto del día sin cesar lloviendo lo empleo conforme estaba y acompañado de los señores de la Junta en recorrer y reconocer las iglesias que hallaron cerrada y sin lesión; en poner vecinos honrados que guardasen la Cilla de los Sr. Deán y CabiLdo, mientras se componían las puertas principales que habían destrozado; en cerrar las de las casas de los vecinos que se habían ausentado; en recoger colchones y otros efectos que estaban en la Plaza, calles y cuarteles y depositarlo todo para devolvérselos a sus dueños bajo aquellas precauciones que dispuso la Junta, con otras cosas de buen gobierno, hasta que por la noche a instancia de los Alcaldes de barrio y de otras personas que se ofrecieron a velar a la población, se recogió a su casa a quitarse la ropa mojada desde el día 28 de Diciembre.
Apenas había concluido dicho nombramiento, empezaron a clamar que estaba en la Plaza Mayor la avanzada de la caballería de las tropas francesas, la Junta acompañada de algunos vecinos bajaron con luz a saber las ordenes que traían, luego que vieron la luz, se dirigió a ellos el Comandante con algunos Dragones y su interprete, y por él los requirió, con las amenazas acostumbrada del degüello , saqueo e incendio, de parte y con mandato expreso del General Lefebre, que habían de entrar en la Ciudad con su gran ejercito de 25.000 hombres, tuviesen prevenidas y prontas, la justicia y pueblo, cien mil raciones de pan y cien mil de carne y cien mil de vino; paja y cebada suficiente par cuatro mil caballos y las demás bestias empleada en las gruesa artillería y crecido equipaje para cuatro dias que había de ocupar el ejercito francés la Ciudad.
Era imposible en tener echas la provisiones que pedían para el día siguiente, lo que oído y entendido por el comandante, no dio otra respuesta, “ que todo lo que se pedía debía estar dispuesto”, y que no tenia orden de admitir excusa, y si para amenazar con el degüello, saqueo e incendio, si amenazaron al Corregidor Serrano con quererle llevar preso, que con desenvoltura y valor le dijo: “que si le llevan preso, ninguna provisión encontrarían”, y así el parlamento fue dejado y la avanzada volvió por donde habían entrado a reunirse con el grueso del ejercito, en una noche lluviosa y oscura.
Era notorio que los molineros y horneros habían huidos dejando los molinos y hornos cerrados; las panaderías estaban cerradas sus puertas y a cuanto pan amasado solo había como unas tres mil raciones, que estaban prevenidas para nuestras tropas; que las carnes solo el obligado de ellas podía en algún modo favorecer al pueblo y así de los demás artículos que pedían y por ello acordaron pedir la ayuda de todos los vecinos existente en la Ciudad y con efecto así se ofrecieron.
El día 29, estando todos calados de pies a cabeza, y apenas había amanecido, cuando les dieron la noticia que iba bajando a la Ciudad por el camino de Malpartida el ejercito francés, saliéndoles a recibirlos el Corregidor y Junta en unión de algunos vecinos, como ya estaba resuelto al General Lefebre, se le alojase en el Palacio Episcopal, y que después se trataría de los demás de alojamientos, cuarteles y demás que fuese ocurriendo, se alojo inmediatamente al General según lo acordado. El Comandante de la Plaza Sevastiany, los comisarios ordenadores, con su guardia de prevención, se dirigieron a la Plaza Mayor con el Corregidor, señores de la Junta y algunos vecinos de los mas útiles; subieron a la Casa Consistorial y dieron orden al Corregidor que no salieran del consistorio, sin tener en cuenta su edad y que chorreaba agua de su vestido.
De lo que primero se empezó a tratar, fue del alojamiento de los Oficiales, según su graduación, de los cuarteles para la tropa de caballería e infantería y de las demás ordenes que dieran a la Junta, siempre acompañadas de amenazas y fiereza al paciente anciano Corregidor. Los comisarios y ordenadores procuraron enterarse de los auxilios de pan, carnes y demás que estaban prevenidos y habían pedido, y entendidos del estado de la Ciudad, de no haber molineros, panaderos, ni mas que un solo cortador, desde luego empezaron a obrar independientes: recibieron el pan que estaba masado y harina, las carnes que tenia preparada el cortador Elvira y las que tenia suyas y de Juan de la Ines, en el corral del matadero.
Pusieron en los mataderos cortadores de su mismo ejército y soldados que les ayudaran y pidieron paisanos que fuesen con ellos al campo por más ganado vacuno, cabrio y lanar. Se apoderaron de los hornos y pusieron en ellos panaderos de sus militares y mandaron para cada horno se nombrase un comisionado del pueblo con paisanos que solo entendiesen en suministrarles la leña y demás utensilios necesarios para el amasijo del pan que hacían por si mismo aceleradamente sin ceñir, sin levadura y sin sal. También pidieron comisarios y gente para los molinos y apoderándose y allanando la Cilla y panera de los Sres. Deán y Cabildo, de allí tomaron a su discreción el trigo que necesitaron para el pan y la cebada para los caballos, además de la que encontraron en los mesones, cuya provisión consumieron con parte de la paja que había en ellos. Además exigieron la suela, corcovan y demás artículos de calzado que repartieron por las compañías del ejercito francés.
Tomaron los paños pardos que había en las fabricas del Hospicio y algunas piezas de paños fino en las casas de los mercaderes, y para dárselos, ó por mejor decir acompañar a los capitanes y tropas, que siempre destinaban a coger cuanto podían, iban vecinos honrados de aquellos que se habían ofrecido a auxiliar y asistir de continuo á la disposición de la Junta.
En la mañana que llegaron los franceses muchos entraron en el Hospital de Santa Maria, y entre ellos algunos con el solo objeto de robar, como tambien las cosas de los enfermos. Los primeros comieron y bebieron cuanto había, así como el buen vino de la cosecha del establecimiento, y se llevaron todas las ropas que pudieron y el metálico, quina y otros medicamentos de farmacia y los daños que causaron ascendió a 10.000 reales.
Los sufrimientos del Sr. Corregidor fueron atroces, pues además de su prisión y de las continuas amenazas, cuando llegaba la noche el triste hombre se acostaba sobre una estera envuelto en su capa y con las ropas mojadas desde el primer día, poniendo el sobrero de cabecera. Le daban una hora de termino al medio día, para ir a su casa, pero con guardias, y como no hubiere ninguna persona que le asistiera, el tenia que encender el fuego y prepararse una sopa que era lo que comía durante todo el día. El resto de la Junta podía ir libremente a sus casas, dormir y alimentarse; pero a él le tuvieron preso y custodiado como inestimable talismán, para que le obedeciese la Junta y el pueblo en aquello que necesitaban los franceses., hasta el día primero de enero de 1809, en el que salieron con dirección a Castilla, y no obstante el resto del día sin cesar lloviendo lo empleo conforme estaba y acompañado de los señores de la Junta en recorrer y reconocer las iglesias que hallaron cerrada y sin lesión; en poner vecinos honrados que guardasen la Cilla de los Sr. Deán y CabiLdo, mientras se componían las puertas principales que habían destrozado; en cerrar las de las casas de los vecinos que se habían ausentado; en recoger colchones y otros efectos que estaban en la Plaza, calles y cuarteles y depositarlo todo para devolvérselos a sus dueños bajo aquellas precauciones que dispuso la Junta, con otras cosas de buen gobierno, hasta que por la noche a instancia de los Alcaldes de barrio y de otras personas que se ofrecieron a velar a la población, se recogió a su casa a quitarse la ropa mojada desde el día 28 de Diciembre.
D.Francisco Serrano Alvarez Rodriguez, fué el Notario del Tribunal Eclesiastico de la Ciudad y Obispado de Plasencia.
Aquí concluye la primera entrada de los franceses en Plasencia.
EN MEMORIA DE AQUELLOS PLACENTINOS Y PERSONAS HONRADAS QUE SUPIERON SALVAGUARDAR NUESTRA MUY NOBLE Y LEAL CIUDAD DE PLASENCIA. 1808-2008
SEMBRANDO INQUIETUDES. A. C. P. PEDRO DE TREJO.
Aquí concluye la primera entrada de los franceses en Plasencia.
EN MEMORIA DE AQUELLOS PLACENTINOS Y PERSONAS HONRADAS QUE SUPIERON SALVAGUARDAR NUESTRA MUY NOBLE Y LEAL CIUDAD DE PLASENCIA. 1808-2008
SEMBRANDO INQUIETUDES. A. C. P. PEDRO DE TREJO.
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