Toros que se escapan
domingo, 8 de junio de 2008
TOROS QUE SE ESCAPAN
Periódico el Regional – día 09 de junio de 1970
El número fuerte de las ferias son los toros. Para muchos el único número. Para no pocos el número imposible por los precios alcanzados. Los antiguos placentinos disfrutaban con más frecuencia y con menos dispendio que los de hoy de las corridas de toros. Cualquier motivo de público regocijo era suficiente para que se corrieran en la Plaza, despertando siempre el entusiasmo de nuestro pueblo, que los presenciaba gratuitamente.
Estamos a principios del siglo XVI. La Casa de las Gradas (como llamaban entonces al Ayuntamiento), los tejados de la Carnicería “que es en la Plaza, esquina a la calle de Talavera” y hasta el campanario de San Esteban eran ocupados por Regidores, caballeros y gente llana sin faltar las damas que, como siempre, iban a ver y a ser vistas.
La impaciencia en tales fiestas era enorme. Se decía que el esquilonero de la Catedral daba el toque de Vísperas antes de la hora y a los que acudían a ellas les parecían que nunca fueran tan lentas.
Las costumbres de entonces prohibían que el festejo comenzara antes de terminarse el Coro de la tarde.
La Priora de Santa Clara veía turbarse la quietud del Convento y como piadosa distracción para las monjas hacía que alguna recitara letrillas populares parecidas a las que algunos años más tarde escribiera Alonso de Ledesma: “El príncipe de tinieblas –siete toros encerró - porque en el coso del mundo – corriesen al pecador. Corrió el toro de soberbia – tras el vaquero mayor – y con ser tal que volaba – del potro le derribó. El toro de la avaricia – hasta la Iglesia se entró – y Judas, de una barrera – entre doce, le sacó”.
Los toros se corrían al modo de entonces. Abundaban los bancos divertidos y no faltaba algún que otro galán vanidoso que a trueque de llamar la atención de las damas, simulará caídas aparatosas de su caballo. De el se podía enumerar lo que Góngora escribiera de Ezpeleta: “Dijera a lo menos yo – que el caballero cayó – porque CAYESEN en el”.
Pero la fiesta en nuestra plaza tenía en ocasiones un final ridículo.
Por la ligereza con que a veces se improvisaba la corrida o por la bravura de los toros, ocurría que, acosados estos por los caballos que los jugaban, o heridos por algún rejón hábilmente colocado, lograban romper el cierre de la plaza y escapar por las calles hasta que, tarde o temprano, sin poder salir de la ciudad amurallada, venían a quedar presos en la Fortaleza.
Y por aquellas calendas habían dado los Alcaldes de la misma en la costumbre de adueñarse bonitamente de tales toros escapados.
Los caballeros quedaban corridos, las dueñas apesadumbradas y el pueblo defraudado.
Resultaron inútiles cuantos intentos se hicieron para convencer a los Alcaldes del abuso que ello suponía. La Justicia y Regidores temieron con fundamento que la paz se alterara y acordaron quejarse a la Reina, que lo era doña Juana, exponiendo el caso y suplicando remedio.
Copiamos seguidamente los párrafos más notorios de la respuesta de doña Juana. Va dirigida “al que es o fuere mi Corregidor y Juez de Residencia en el ciudad de Plasencia y al alcalde en dicho oficio”.
Expone seguidamente los hechos denunciados resaltando el agravio y el daño que el Concejo y los vecinos reciben por el proceder de los Alcaldes ordena que estos digan que títulos y derechos pretenden tener para tomar los dichos toros y no querer entregarlos a la ciudad y si los dichos Alcaldes no tienen título o prescripción inmemorial para proceder como proceden manda “así al que ahora es Alcalde como a los que fueren de aquí adelante que no tomen ni lleven más los toros aunque entren en la dicha Fortaleza bajo las penas en que caen los que llevan nuevas imposiciones” y castigando con diez mil maravedíes para la Cámara Real a cada uno que lo contrario hiciere.
La carta está fechada en Burgos en 9 de mayo de 1506.
Y las fiestas del Corpus, origen de nuestras ferias, fueron especialmente solemnizadas aquel año con autos sacramentales y corridas de toros en la Plaza Mayor, sin miedo ya a la arbitrariedad de los Alcaldes de la Fortaleza.
Quizás la Carta de la Reina contribuyó también a que aquel año en el Cabildo de 7 de junio se diera la facultad al Mayordomo de Fábrica, Villalva, “para que envíe a llamar ministriles y trompetas y sacabuches y chirimías para la celebración de las Fiestas del Corpus y que gaste en su costa hasta siete u ocho mil maravedíes demás de lo que fue dado dispensación que gastara en las dichas fiestas”.
Manuel López Sánchez-Mora
Canónigo Archivero
El número fuerte de las ferias son los toros. Para muchos el único número. Para no pocos el número imposible por los precios alcanzados. Los antiguos placentinos disfrutaban con más frecuencia y con menos dispendio que los de hoy de las corridas de toros. Cualquier motivo de público regocijo era suficiente para que se corrieran en la Plaza, despertando siempre el entusiasmo de nuestro pueblo, que los presenciaba gratuitamente.
Estamos a principios del siglo XVI. La Casa de las Gradas (como llamaban entonces al Ayuntamiento), los tejados de la Carnicería “que es en la Plaza, esquina a la calle de Talavera” y hasta el campanario de San Esteban eran ocupados por Regidores, caballeros y gente llana sin faltar las damas que, como siempre, iban a ver y a ser vistas.
La impaciencia en tales fiestas era enorme. Se decía que el esquilonero de la Catedral daba el toque de Vísperas antes de la hora y a los que acudían a ellas les parecían que nunca fueran tan lentas.
Las costumbres de entonces prohibían que el festejo comenzara antes de terminarse el Coro de la tarde.
La Priora de Santa Clara veía turbarse la quietud del Convento y como piadosa distracción para las monjas hacía que alguna recitara letrillas populares parecidas a las que algunos años más tarde escribiera Alonso de Ledesma: “El príncipe de tinieblas –siete toros encerró - porque en el coso del mundo – corriesen al pecador. Corrió el toro de soberbia – tras el vaquero mayor – y con ser tal que volaba – del potro le derribó. El toro de la avaricia – hasta la Iglesia se entró – y Judas, de una barrera – entre doce, le sacó”.
Los toros se corrían al modo de entonces. Abundaban los bancos divertidos y no faltaba algún que otro galán vanidoso que a trueque de llamar la atención de las damas, simulará caídas aparatosas de su caballo. De el se podía enumerar lo que Góngora escribiera de Ezpeleta: “Dijera a lo menos yo – que el caballero cayó – porque CAYESEN en el”.
Pero la fiesta en nuestra plaza tenía en ocasiones un final ridículo.
Por la ligereza con que a veces se improvisaba la corrida o por la bravura de los toros, ocurría que, acosados estos por los caballos que los jugaban, o heridos por algún rejón hábilmente colocado, lograban romper el cierre de la plaza y escapar por las calles hasta que, tarde o temprano, sin poder salir de la ciudad amurallada, venían a quedar presos en la Fortaleza.
Y por aquellas calendas habían dado los Alcaldes de la misma en la costumbre de adueñarse bonitamente de tales toros escapados.
Los caballeros quedaban corridos, las dueñas apesadumbradas y el pueblo defraudado.
Resultaron inútiles cuantos intentos se hicieron para convencer a los Alcaldes del abuso que ello suponía. La Justicia y Regidores temieron con fundamento que la paz se alterara y acordaron quejarse a la Reina, que lo era doña Juana, exponiendo el caso y suplicando remedio.
Copiamos seguidamente los párrafos más notorios de la respuesta de doña Juana. Va dirigida “al que es o fuere mi Corregidor y Juez de Residencia en el ciudad de Plasencia y al alcalde en dicho oficio”.
Expone seguidamente los hechos denunciados resaltando el agravio y el daño que el Concejo y los vecinos reciben por el proceder de los Alcaldes ordena que estos digan que títulos y derechos pretenden tener para tomar los dichos toros y no querer entregarlos a la ciudad y si los dichos Alcaldes no tienen título o prescripción inmemorial para proceder como proceden manda “así al que ahora es Alcalde como a los que fueren de aquí adelante que no tomen ni lleven más los toros aunque entren en la dicha Fortaleza bajo las penas en que caen los que llevan nuevas imposiciones” y castigando con diez mil maravedíes para la Cámara Real a cada uno que lo contrario hiciere.
La carta está fechada en Burgos en 9 de mayo de 1506.
Y las fiestas del Corpus, origen de nuestras ferias, fueron especialmente solemnizadas aquel año con autos sacramentales y corridas de toros en la Plaza Mayor, sin miedo ya a la arbitrariedad de los Alcaldes de la Fortaleza.
Quizás la Carta de la Reina contribuyó también a que aquel año en el Cabildo de 7 de junio se diera la facultad al Mayordomo de Fábrica, Villalva, “para que envíe a llamar ministriles y trompetas y sacabuches y chirimías para la celebración de las Fiestas del Corpus y que gaste en su costa hasta siete u ocho mil maravedíes demás de lo que fue dado dispensación que gastara en las dichas fiestas”.
Manuel López Sánchez-Mora
Canónigo Archivero
SEMBRANDO INQUIETUDES. A. C. P. PEDRO DE TREJO.
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